El pasado mes de septiembre, la OMC dio la razón a la UE, EE.UU. y Japón en sus denuncias contra las restricciones a la importación por parte de Argentina.

La política de tendencia socialista, inspirada en los modelos de Venezuela y Cuba que Cristina Kirchner, y antes su difunto marido Nestor Kirchner, están fomentando desde su llegada al poder en mayo del 2003, ha desequilibrado las reglas del comercio mundial con el país iberoamericano.

Sin entrar en valoraciones políticas, desde el punto de vista de España como potencial exportador a un mercado de 40 millones de personas, con una importante afinidad cultural, es un duro golpe en las cuentas de resultados de muchas empresas que comerciaban habitualmente con Argentina, y una pérdida potencial para aquellas que tenían intención de hacerlo.

Para explicar brevemente hasta que punto Argentina cerró sus fronteras a los productos no fabricados en su territorio, pondremos por ejemplo que un argentino en su país no puede comprar un iPhone, puesto que Apple no fabrica allí.

Esta política de veto a las importaciones ha sido utilizada en mayor o menor medida por varios países en otras épocas, pero lo más llamativo de la situación es la forma caótica y desmesurada en la que se ha hecho, vetando también materias primas y semielaborados que llegan a Argentina para ser procesados en industrias nacionales. Como ejemplo nos quedamos con la noticia de la filial argentina del fabricante de coches Fiat, que se vio obligado a parar la producción de manera temporal por falta de suministros.

Mientras esta política no cambie, bien porque la sentencia de la OMC obligue a una cierta apertura, o por un cambio de gobierno, el país iberoamericano se convierte en un objetivo imposible para nuestros productos o servicios, además de contar con un “riesgo país” creciente. Desgraciadamente nuestra recomendación es no malgastar tiempo y dinero en acciones exportadoras hacia Argentina, y esperar que pase cuanto antes esta situación mientras nos centramos en mercados más liberales.