Tradicionalmente, las relaciones comerciales entre España y Argentina habían sido muy fluidas, y la exportación a Argentina era bien vista por las empresas españolas, principalmente debido a la proximidad cultural. Sobre todo, en el idioma, que nos permite entre otras cosas evitarnos las traducciones juradas en los trámites administrativos. Además, Argentina se sitúa como la tercera economía latinoamericana, por lo que suponía un destino muy interesante para determinados productos.

Sin embargo, desde la entrada en vigor de las “Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación” hace ya un año y medio, las condiciones para conseguir acceder al mercado argentino se han ido endureciendo progresivamente. En esencia, la norma obliga a declarar previamente el contenido de las importaciones realizadas en Argentina, para su valoración y evaluación. Se trata de una medida que pretendía equilibrar la balanza de pagos, hasta llegar a equilibrar las exportaciones con las importaciones. En la práctica, según detallan las empresas dedicadas a importación y exportación a Argentina, el número de operaciones denegadas alcanza el 90%, con la evidente sospecha de arbitrariedad en la toma de decisiones.

En realidad, supone prácticamente la paralización de las exportaciones desde otros países hacia Argentina, lo que produce algunas paradojas curiosas: la administración argentina paralizó algunas importaciones de material y tecnología médica para el propio sistema de salud argentino, considerados imprescindibles. Más allá de la anécdota, la situación ya derivó hace más de un año en un cruce de denuncias y acusaciones entre Argentina y la Unión Europea ante la Organización mundial del Comercio.

En definitiva, aunque es un problema que viene de lejos (desde febrero de 2012), según las declaraciones de los propios importadores argentinos, en el segundo semestre de 2013 el porcentaje de negativas a los permisos ha hecho que la exportación a Argentina, a día de hoy, sea prácticamente una quimera para las empresas españolas.

Necesitaremos buscar otros mercados, donde quizá tengamos menos sintonía cultural o lingüística, pero donde exportar no sea una aventura de final incierto, sino más bien un camino seguro y con las normas claramente definidas de antemano. Quizá en otros países no tengamos en común el idioma, pero una traducción profesional siempre será mucho más barata que mantener nuestro stock retenido en aduana durante meses.

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